De Detroit a Qingdao pasando por Bilbao
Hace nueve años, en la ÁTICA PARNERS MEETING que celebramos en Sant Joan Despí (Barcelona) acompañado de la música de Yiruma (“River Flows in You”), hice una presentación que llevaba por título el de este editorial. En ella comparaba la dispar evolución de dos ciudades, Detroit y Bilbao. La una abocada a la banca rota y la otra floreciente como resultado del legado dejado por un hombre bueno, reconocido por la fundación City Mayors de Londres como el mejor alcalde del mundo en el año 2012. Un hombre que cambió la capital vizcaína demostrando que querer es poder: Iñaki Azkuna. Un hombre que hizo compatible su día a día con la lucha contra la enfermedad durante once largos años.
Esta dicotomía se da de forma constante en la vida. Al tiempo que Manolo Tonetti, propietario junto a su hermano del circo ATLAS, pensando que su mundo, tal y como él lo ha conocido, se había acabado para siempre, se suicida, el empresario francocanadiense Guy Laliberté, creaba el “Cirque du Soleil”, arrancando con un nuevo concepto, más innovador y adaptado a los tiempos. Como ha ocurrido a lo largo de la historia, los imperios van y vienen… Es algo cíclico.
Regresé en shock de mi último viaje a China. Utilizando el símil anterior, podría hablar de la “historia de dos continentes”. Hacía cinco años que no la visitaba. No pude dar crédito a lo que mis ojos vieron. En noviembre del 2019 dejé un país en cambio al que todavía le sacábamos unos cuantos años de ventaja. Regresé en este 2024 y me sentí muy mayor. Me encontré con un país que en un tiempo récord nos ha dejado atrás. Parecían haber pasado veinte años. No estuve en una sola ciudad. Visité varias: Hangzhou, Jingjiang, Anji, Quitong, Hefei y Qingdao. Con matices, un denominador común se hizo presente en todas: el enorme crecimiento experimentado. Vi clara la voluntad de un pueblo empeñado en una tarea, sabedor de quiénes son, mientras que nosotros nos debatimos en descubrir una nueva identidad. Ellos quieren volver a la dinastía Tang (618-705), su época dorada. Nosotros a la Edad Media, marcada por el retroceso intelectual, cultural, la ignorancia, el inmovilismo y la superstición.
Las mejoras en la calidad de vida alcanzadas en los últimos años, llevadas como se está haciendo al extremo, serán la base sobre la que se asienten nuestras propias tumbas, entendiendo como tales el retroceso mencionado en el párrafo anterior. Seremos más diversos, más cool, más chic, pero también más pobres. Es un sueño temerario creer que una economía que pretende erigirse sobre lo público y trabajar treinta y cinco horas en cuatro días a la semana, pueda plantar cara a otra que se empeña -siendo comunista- en hacerlo basándose en lo privado trabajando durante sesenta horas, distribuidas en seis días.
Nuestro sistema de bienestar nos permite faltar al trabajo ante el menor síntoma de malestar -curiosamente los lunes-, atender gestiones personales de toda índole dentro de horario laboral… pero al mismo tiempo nos hace imposible estar convencidos de nuestra competitividad frente a terceros. Con casi millón y medio de personas de baja, muchas de ellas sin acudir a trabajar ningún día del año, es imposible que una cabeza sobre los hombros pueda pensar en “hacer sombra” a otro país que sencillamente no sabe lo que es la “ausencia por estrés”. No tiene sentido, sobre todo si quienes trabajan más, además están más automatizados, robotizados.
Cuando pienso en estas cosas, recuerdo las clases de literatura en COU. Me viene a la cabeza la Generación del 98. Qué poco hemos cambiado -pienso-. En aquel entonces, en los tiempos de Unamuno, Machado y Valle Inclán, los ciudadanos españoles se echaban alborotados a las calles para celebrar los éxitos de Frascuelo mientras perdíamos Puerto Rico, Cuba y las Filipinas. Hoy, las victorias de las selecciones de futbol (masculina y femenina) “curan” el empobrecimiento paulatino de un país ya casi sin comercios en el centro de las ciudades. De una nación cuyas áreas industriales -tras la pandemia-, se encuentran desiertas a las cuatro de la tarde, en el que además el coste de absentismo se dispara hasta alcanzar los 37.000 millones de euros en el 2023, aproximadamente el 3,1% del PIB.
Ni los aranceles, ni las tasas antidumping podrán frenar los cambios a peor que viviremos en el próximo futuro (consecuencia de la desidia y la permisividad con las que vivimos en el presente). Solo una adecuada actitud de lucha, sin perder el foco, con sentido de anticipación, nos permitiría estar preparados antes de que se vuelva necesario. Solo una actitud así nos dará la oportunidad de elegir el tipo ciudad en la que queremos vivir y en la que deseamos que nuestros hijos crezcan… si en Bilbao o en Detroit (que bien podrían ser Ferrol o mi segunda casa, la sucia Talavera de la Reina -ambas ricas y prósperas en otros tiempos-) … o por qué no, en la impresionante y próspera Qingdao.
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